domingo, 7 de septiembre de 2008

DESARROLLO HISTÓRICO DEl CUIDADO DE ENFERMERÍA

ROSARIO NIÑO
ENFERMERA DOCENTE
ESPECIALISTA DOCENCIA UNIVERSITARIA
MAGISTER EN ENFERMERIA

El origen de los cuidados para mantener la salud de los seres humanos a través del tiempo y las diferentes culturas se describe desde el inicio de la vida del ser humano, como parte fundamental de su existir, de la necesidad de sobrevivencia y perpetuidad de la especie humana. La práctica de los cuidados, siempre dirigida al mantenimiento de la vida y como tal, la lucha permanente contra el enemigo oculto del mal, como fue llamada la muerte, fue en principio labor compartida, pero a partir de una primitiva organización social, fue asignada a la mujer, por sus especiales características de observadora, cuidadora de todo lo referente a la vida de hogar, por su experiencia en la maternidad, crianza, organización y protección del medio familiar.

A este origen de la práctica de los cuidados en salud: la etapa premoderna, como base generadora del inicio de la labor del cuidado de la salud, su desarrollo en las diferentes culturas antecesoras, hasta fines del siglo XVIII y la etapa moderna como el transcurrir orientado del ejercicio de enfermería, hacia la profesionalización y tecnificación del desempeño de Enfermería, hasta nuestro vivir actual, constituyen la razón de la realización del presente escrito.

En la etapa premoderna, que se remonta a las primeras culturas, desde el inicio de la vida humana hasta fines de la edad media, se identifican los cuidados aplicados a la salud, se mencionan dos orientaciones en torno al existir humano: el Bien, como todo aquello que procura su bienestar tanto en la persona como en su entorno y el Mal, como todo aquello que genera su malestar, enfermedad o muerte. Orientaciones éstas, surgidas de diversas interpretaciones dadas según las creencias de diferentes generaciones, de sus costumbres y características.

Así, la orientación hacia el bien genera desempeños en las épocas más primitivas, tanto del hombre como de la mujer encaminados a la protección del ser humano, el cubrimiento de sus necesidades fundamentales: alimento, vivienda, bienes, recursos y protección del medio ambiente, para asegurar su bienestar, supervivencia, continuidad y conservación de la especie.

Con el establecimiento de la organización sociocultural y económica de las poblaciones se establece lo que se podría mencionar como la división sexual de los desempeños, para subsistir dentro de una comunidad cuyo objetivo común fue el mantenimiento y desarrollo de la vida: las actividades de riesgo, fuerza, defensa y lucha contra el mal, fueron asignadas a los hombres y las actividades como recolección, selección de vegetales o alimentos y las propias del cuidado de salud a la persona, maternidad y perpetuidad de la especie, fueron propias de las mujeres por su instinto, humildad y entrega. Desde entonces se identifica una actividad cotidiana propia del ser humano para conservar su vida: el acto de cuidar.

En el acto de cuidar, como forma de protección e invocación del BIEN, se basaron además en la realización de prácticas y ritos dirigidos primero por el “ chamán “ y más tarde por el sacerdote, quien fue considerado como guía, mediador e intercesor entre el bien, por el cual se ofrecían ritos, rezos, ofrendas; y el mal como castigo a comportamientos personales o grupales, como causa de enfermedades, posesiones demoníacas y fenómenos naturales. Todo lo cual da origen a la realización de escritos y prácticas, tratando de encontrar las causas del bien y del mal humano que pueden afectar su salud y causar su muerte.
Respecto a la actividad femenina, cabe destacar el cuidado de la salud, que primitivamente se dirige hacia la familia y la conservación de la especie, pero que al aumentar las poblaciones se amplía a otros grupos. Los cuidados para la salud se aplican de manera muy rudimentaria, en lo referente a tratamientos curativos se fundamentan en el conocimiento tradicional por generaciones, en las propiedades de las plantas, la observación del tiempo y los ciclos lunares.

En el continuo proseguir de identificación del bien que significa vida y del mal que corresponde a la muerte, del sacerdote y el clérigo se pasa al Médico como persona mediadora, que se interesa por identificar las causas del mal e inicia la aplicación de tratamientos, experimentos de atención y estudio, medios e instrumentos que apoyan la realización de los tratamientos para las diversas enfermedades. Para las poblaciones de más bajos recursos, se asignan lugares de atención, los hospitales, que albergan a los enfermos, también a necesitados y seres abandonados de todas las clases sociales.

La práctica de los cuidados continuó hasta fines de la edad media como actividad de la mujer, por su capacidad de entrega, vocación, delicadeza, observación, sumisión, fecundidad y maternidad, además por que contaba con el conocimiento adquirido de generaciones anteriores, a través de su práctica, de su experiencia familiar y personal vivida: el embarazo, el parto, el cuidado de sus hijos, por lo cual se le identificó como mujer cuidadora ó curandera y posteriormente valorada como mujer sanadora, a la cual se le atribuían poderes naturales y hasta mágicos de curación de las enfermedades.

Así, el valor social de la mujer se reconocía por sus cuidados, su actividad como sanadora se aceptaba partir de su experiencia vivida y de la ayuda dada a mujeres mayores identificadas como “maiia”[1], que era la mujer abuela con mayor experiencia, llamada también comadrona y cuyo conocimiento se transmitía de generación en generación.

Se reconoció también el valor económico de las actividades del cuidado de la salud, como parte de la economía social de sobrevivencia, pero a este se le determinó como valor de uso, donde la necesidad de un servicio de salud debía ser de reciprocidad e intercambio, los cuidados dados a la persona o grupo familiar – social se intercambiaban por alimentos o productos, considerados así como un servicio, o con carácter de solidaridad como un regalo o ayuda.

Ya podríamos identificar que las diversas actividades de cuidado y prácticas curativas fueron las primeras raíces de las prácticas de enfermería que luego pasarían a ser los llamados cuidados de enfermería, los cuales a través de las civilizaciones fueron avanzando a paso muy lento.

En cuanto a las prácticas de enfermería, un factor determinante para la actividad del cuidado de la salud y prevención de la enfermedad, como aspecto fundamental de la conservación de la especie, fue marcado por la orientación religiosa dada y con ella el avance e institucionalización del Cristianismo.

En el Cristianismo tradición religiosa de los países europeos, la mujer representó el ejercicio de las prácticas curativas, basadas en la caridad humana, la humildad y el sacrificio. En la sociedad romana surgieron mujeres con grandes recursos económicos que se convirtieron y que destinan todos sus recursos, bienes y servicios a la atención de los enfermos, pobres y desvalidos. Se destacó la mujer llamada Fabiola, como modelo de las prácticas curativas y como ella otras representantes se entregaron a la labor del servicio, por la salvación eterna.

Pero además, con el Cristianismo se inicia una gran persecución a la mujer curandera o sanadora, ya que les atribuían poderes mágicos, representados en los rituales, creencias y legados de sus antecesoras, en los poderes de curación, y por el conocimiento empírico de las propiedades de las plantas. Surge así, una devastadora lucha cuando se declara religión estatal, condenado a la mujer por toda creencia o acto ritual como acto de brujería satanizado.

El cristianismo influenciado por pensamientos paulinistas y costumbres rígidas de Corinto “contrapone el alma al cuerpo, siendo el cuerpo la prisión del alma, el obstáculo en su caminar hacia lo divino”[2]. La crisis subsiguiente de creencias en la salvación eterna, hace que se establezcan actitudes de desprecio por todo lo carnal, la sociedad patriarcal se fortalece y la mujer se considera como símbolo de impureza y del pecado, condenando aún la maternidad y la lactancia. De esta
manera, la intención fue fortalecer el estado de virginidad y castidad para el servicio a Dios y a los seres humanos.

Durante los siglos V al VIII se establecen conductas que deben seguir los fieles, la iglesia decide y limita los conocimientos propios del cuidado, como también los hábitos de higiene, además de considerar que el sufrimiento y el dolor son fuente de perdón y redención del cuerpo. Basados en éstas consideraciones los jerarcas eclesiásticos establecen la educación médica dirigida sólo para hombres sacerdotes y clérigos (año 1220), la educación dada por los mártires de la iglesia, que bajo estricto control conforman las primeras facultades de medicina.

Durante ésta época, para contrarrestar la acción de las mujeres sanadoras, curanderas o matronas en las regiones rurales o de escasos recursos se instauró una persecución y represión exhausta llamada “cacería de brujas” auspiciada por la iglesia ya que representaban un peligro para la redención y el poder secular, censurándosele el hecho de ser mujeres, fuente de impureza, con conocimiento empírico vivido por la experiencia propia de su cuerpo, en los adquiridos a través de sus antecesoras, además por tener poder entre la vida y la muerte dadas su fecundidad y maternidad y por poseer sus conocimientos mucho antes que los monjes y sacerdotes – médicos.

Esta dura persecución se extendió desde finales del siglo XIV hasta principios del siglo XVIII, pero no logró exterminar definitivamente las prácticas femeninas ya que los médicos no llegaban a poblaciones rurales, ni de escasos recursos, además porque la atención de partos y de recién nacidos fueron siempre labor exclusiva de mujeres. Finalmente las facultades de medicina decidieron preparar a las matronas y se denominaron Comadronas instruidas médicamente.

Durante los siglos de represión cristiana, las mujeres jóvenes fueron sometidas al poder paterno, si no contraían matrimonio representaban un acto de emancipación social, familiar y conyugal. Ellas y las viudas dedicaban su tiempo a la atención de los pobres y desvalidos, función social que poco a poco formó comunidades religiosas con los primeros padres de la iglesia, hombres que no contraían matrimonio y que hacían voto de castidad perpetua entregando su vida y obra a Cristo.

Esta entrega a Cristo, como se le llamaba, exigía labor, sumisión hacia los superiores, ayuda y sacrificio hacia los necesitados y como tal, la renuncia total a todo los bienes terrenales. Consistía en abandonarse a sí mismo, abandono corporal hasta restringir en cierta forma los actos de higiene, para llegar a la redención eterna del alma (espíritu).

Se procuraba que las “mujeres consagradas” como fueron llamadas, mantuvieran ocupadas todo el tiempo, para evitar los pensamientos que podrían llevarlas al pecado y a la condena del espíritu. De tal magnitud fue la exigencia continua de recato, sacrificio y abandono, que se llegó a la creación de los conventos de Clausura, lo cual obligaba al enclaustramiento absoluto que sacraliza a la mujer consagrada, para evitar el pecado y las tentaciones. Las mujeres consagradas, años más tarde conforman congregaciones conventuales que continuaban prestando servicios de cuidado para la salud y de diversa índole en las iglesias o en hospitales de manera exclusiva, además de educación para niñas en sus instituciones.

La asociación entre lo que se puede llamar cuidados de enfermería y religión perdura hasta inicios del siglo XVI donde se instauran cambios derivados de la Reforma Protestante, por la cual se expulsan religiosos, se cierran instituciones y hospitales, se genera un periodo de oscurantismo y abandono para el ejercicio del cuidado y las prácticas de enfermería.

Los países que se adhieren a la reforma, sustituyen de sus hospitales el personal religioso por personal laico, sin entrenamiento y sin las cualidades propias para el servicio. Hasta mediados del siglo XVIII, prevalece la asistencia institucional hospitalaria para los pobres y personas excluidas de la sociedad, como actividad de protección para el resto de la población por el riesgo que ofrecían[3]. Pero esta necesidad de atención fue cubierta por personal también excluido socialmente: mujeres marginalizadas, analfabetas e inmorales[4]

Con la Contrarreforma de la iglesia, siglo XIX, se crean más congregaciones, que fueron cambiando las condiciones conventuales de enclaustramiento, para dar paso a comunidades que se podían desplazar a los domicilios para dar cuidados. La función de mujer sanadora sigue conservando sus funciones, tanto en las comunidades de claustro como en las de una vida religiosa secularizada[5], cuyo modelo fue establecido por las Hijas de la Caridad, de libre desplazamiento y actividades de docentes, sanadoras y evangelizadoras, así lograron llegar a todos los lugares de pobreza, fueron fuente de apoyo y consejo, a la vez tomaron fuerza y continuaron su labor pese a las reformas que surgieron al inicio del siglo XX.

Según los planteamientos de Colliere[6], en la medida que iglesia y estado se distancian, a finales del siglo XIX, la enfermera adquiere una posición social asumiendo la atención a enfermos y necesitados, pero ellas aún continúan su labor dirigida a los pobres y abandonados, basando su práctica en los valores morales y religiosos de la mujer consagrada, desplegando toda su capacidad de entrega y servicio. Hasta la llegada de la primera representante de la profesión: Florence Nightingale (1820 -1910), se inicia el reconocimiento por su valor intelectual y progresivamente el cambio de orientación.

Entre los referentes que antecedieron el ejercicio práctico de la enfermería como profesión se destacan: la experiencia acumulada por las mujeres en la atención y cuidado informal de la salud y de su propia vivencia; su asociación con las guerras y la disciplina militar, lo cual fundamenta un modelo pedagógico para la profesión; el entrenamiento de Diaconisas por la iglesia protestante alemana, en especial con la creación en 1836 de una escuela por el pastor Theodor Fliedner, cuyo programa fue similar al monástico, siendo éste un referente importante para la labor de Florence Nightingale.

Además de los cambios en la atención médica y en los hospitales durante las guerras del siglo XIX, donde el aumento enfermos y heridos superó la capacidad de atención posible para la época, obligando a una reorganización hospitalaria; así como el acceso de la mujer a la formación universitaria, todo lo cual se refleja en la formación y ejercicio de la profesión para nuestra actual época.

Ante el surgimiento de lo que se ha llamado la enfermería moderna, entendida como campo de conocimientos y prácticas acerca del cuidado de la salud y de los enfermos, y partir del proyecto de Florence Nightingale en el siglo XIX, se hizo necesario reglamentar el entrenamiento personal y el control social del ejercicio, dadas las condiciones que hasta el momento marcaron ésta práctica y los antecedentes del desarrollo histórico que identifican la labor de enfermería.

Además porque Florence Nightingale, se oponía al pensamiento médico que hasta entonces no consideraba necesario preparar el personal de enfermería y, al pensamiento social de la época que consideraba que el proyecto llevaría a la mayor sumisión femenina al poder de los hombres.

Para Florence Nightingale dama inglesa, fue un aspecto determinante en el inicio de su labor, su propia vivencia durante la Guerra de Crimea (1854 – 1857), a partir de entonces prepara la creación de una escuela para entrenamiento de enfermeras seglares, con disciplinas similares a las militares, por la vigilancia continua del personal, el uso de uniformes y los aspectos relacionados con el orden, las jerarquías y el saber entre otras características, para ofrecer la mayor utilidad del servicio. El entrenamiento en aspectos morales más que éticos se limitaba a la prohibición y represión del comportamiento sexual, no sobre los principios básicos de la persona para su desempeño.

Florence Nightingale, al establecer directrices para el ejercicio profesional, con el convencimiento de que el futuro de la enfermería dependía de los lineamientos formativos dados a las aprendices, realizaba estricta selección del personal aspirante en cuanto al comportamiento conductual ejemplar, más que el intelectual o laboral: la aspirante para su labor de enfermería debía olvidarse de ser mujer.

La obra de Florence Nightingale, referida a la noción de cuidado de enfermería, tiene en cuenta las deficientes condiciones de sanidad, riesgo y ambiente en los hospitales y casas de habitación, se ocupa además del cuidado de la salud, de las condiciones de vida de la población en el ámbito interno y externo. De acuerdo a sus expectativas del cuidado a la persona enferma, Florence Nightingale proponía que la enfermera debía preocuparse por el cuidado, el ambiente de los enfermos: higiene, sanidad en su entorno, además, proveer comodidad, seguridad, apoyo físico y psicoemocional, pero las deplorables condiciones sanitarias de la época no lo permitían. Estos aspectos la llevaron a contribuir en la creación de leyes sanitarias para Inglaterra y la India, en la reforma de la sanidad militar, en otras legislaciones para enfermería relacionadas con la atención a enfermos de escasos recursos.

Florence Nightingale, avanza aún más en su labor transformadora para el cuidado de enfermería, sus amplios estudios realizados en París con las hermanas de la caridad, su gran experiencia en diversos hospitales de Europa, sus conocimientos en diferentes áreas del saber, sus trabajos de investigación epidemiológica entre la población civil y del ejercito y sobre la situación sanitaria de la India, hicieron que dedicara gran parte de su vida a buscar mecanismos de prevención de enfermedad y muerte. Entre ellos el estudio realizado sobre la construcción de hospitales (Notas sobre Hospitales), ambientes de limpieza y salubridad que harían posible mejorar las condiciones de salud de los enfermos. Elaboró una clasificación de enfermedades y diseño un formato estadístico, considerando fundamental en los análisis epidemiológicos.

En 1860, organiza la creación y puesta en marcha de su Escuela Preparatoria para Enfermeras, con el apoyo institucional del Hospital Santo Tomás de Londres, su objetivo primordial formar enfermeras capaces de adiestrar a otras y de ocupar puestos en los hospitales e instituciones públicas con un modelo más elevado de atención. Su labor al frente del cuidado directo de heridos y moribundos de la guerra, así como las labores administrativas, le hicieron considerar que las condiciones ineficientes de sanidad, administración y arquitectura, hacían imposible el cuidado adecuado para el enfermo, con lo cual se fundamenta la introducción de bases teórico – prácticas formadoras en aspectos de organización y administración para las enfermeras en formación.

Las estudiantes vivían en internado dentro de la misma institución, para facilitar su práctica, basada en el fundamento del “aprender haciendo”, además contaban con una asignación económica básica para su subsistencia. Al terminar sus estudios un certificado las acreditaba para su trabajo dentro de la institución. En la ejecución de su proyecto participaron diferentes “matronas” o instructoras de enfermería, las “sister”[7] o jefes de servicios hospitalarios, quienes centraron su labor educativa en el desarrollo de destrezas que facilitaran su desempeño práctico.

Una de sus obras, publicada en 1859, “Notas sobre Enfermería”, trata sobre el cuidado de los enfermos y la función social de la enfermera y critica la concepción que se tenía de la enfermera, respecto a su sumisión y servicio. Define la Enfermería como el arte de mantener el estado de salud, y de prevenir la enfermedad o recuperarse de ella e Identifica la necesidad de preparar el personal para dar atención adecuada y especializada.

De los innumerables aportes de Florence Nightingale para la enfermería, se identifican tres especialidades para su desempeño: la Enfermera Hospitalaria (área clínica), el modelo predominante; la Enfermera Salubrista con poco reconocimiento social, y la Enfermera Partera, desplazada por médico en área urbana y por el empirísmo en el área rural.

Otra representante para la enfermería fue Ethel Gordón Fenwick (1857-1947), dama británica de la clase social alta, de gran influencia mundial, la visión de la mujer, la política y la profesión como tal. Ella desde muy joven dedica su labor a la enfermería, ingresando como “practicante pagada”[8] a un hospital inglés y luego a otros hospitales con el fin de adquirir experiencia administrativa. Trabajó seguidamente en otras instituciones en el área clínica, se preparó y ejerció como Matrona (Jefe) de una institución inglesa, identificando necesidades para el ejercicio profesional de enfermería.

Allí, Ethel Gordón Fenwick, estableció estándares de entrenamiento, auspiciados por la institución con la modalidad preestablecida por Nightingale, donde se integraba una formación didáctica y sistematizada. Preparó enfermeras para la atención domiciliaria. Trabajó además sobre los derechos de las enfermeras que laboraban bajo su supervisión, con el fin de mejorar sus condiciones laborales en cuanto a horarios, descansos, alimentación y remuneración. Aplicó en su desempeño la vigilancia epidemiológica obteniendo excelentes resultados para su institución.

Ethel Gordón Fenwick, destacó 3 aspectos para el entrenamiento de enfermeras:
El nivel de educación, el entrenamiento estandarizado y la licencia del Estado para laborar, y este aspecto, la defensa de la profesión, así como del medio en que se desarrolla. Trabajó arduamente bajo un proyecto que llamó “ La Causa de las Enfermeras”, para lograr el Registro Obligatorio del Estado, con el fin de establecer diferencia entre las mujeres que se preparaban y las que ejercían empíricamente.

Ante la oposición del representante de líderes administradores de hospitales, quienes consideraban la no-necesidad del registro estatal de las profesionales, Fenwick, crea entre otras, la primera organización profesional de enfermeras: Asociación de Enfermeras Británicas (BNA), como defensa a la dominación y dependencia masculina del rol que solamente ejercían las mujeres y como gestora de la defensa de la profesión misma, ante la oposición de las mujeres que no aceptaban la necesidad de formación estandarizada, entre ellas Florence Nightingale, para quien la experiencia práctica y las cualidades morales eran elementos esenciales para una enfermera.

Fenwick, se consagró además como editora y política de gran representación en su defensa del Registro Obligatorio, sus opositores del parlamento eran mayoría, así como las diversas situaciones que se presentaban: el estado no se preocupaba por la promoción del cuidado de la salud, los avances tecnológicos de la medicina requerían mayor preparación de enfermería, el incremento de población y hospitales requerían más personal preparado, las mujeres de clase social alta no contemplaban para sí su desempeño al cuidado de la salud y las mujeres de clases sociales bajas, buscaban desempeñarse en labores diferentes al cuidado de la salud ya que los altos costos para la formación no estaban al alcance de las clases pobres, además porque Fenwick, intentaba darle mayor “status” a la profesión y consideraba que su formación educativa previa era insuficiente.

Al llegar la primera guerra mundial (1914 – 1918), se evidenció la importancia de que ya existiera personal preparado y de la organización hospitalaria, se intensificó la necesidad de servicios de enfermería, su expansión, creación y afianzamiento de identidad, fortalecimiento del conocimiento para el desarrollo de actividades que requerían mayor cuidado, como consecuencia de las guerras. Finalmente, en 1919 el parlamento Inglés aceptó la aplicación del Registro Estatal para Enfermeras.

Así, se adquiere avance en el ejercicio social y público de la profesión que desde siempre se desempeño de manera informal y devaluada, aunque se desarrolla en el ámbito hospitalario y en torno siempre a las acciones médicas y que fue reconocido oficialmente en 1922, a diferencia de la enfermera que continúa su labor de servicio a la comunidad, donde es ella la que identifica los riesgos psicosociales y ambientales, realiza los controles básicos de la salud y se convierte en la asistente del médico. La enfermera comunitaria fue reconocida oficialmente a partir de 1938.

En el ámbito social, se asume que al ser una obra continuada de las mujeres consagradas por el régimen religioso, el desempeño de la enfermera se basa en el servicio, definido como finalidad específica del cuidado de la salud y por consiguiente exige comportamiento personal recatado y que además su condición de enfermera le exige cualidades de observadora, disciplinada, educadora, con gran iniciativa de acciones a realizar e interés de aprendizaje continuo por el avance tecnológico de la medicina. Pero su acto de servicio debe ser incondicional y de entrega total, porque debe olvidarse de sí misma, su uniforme reviste su entrega al servicio, como acto simbólico de renuncia y abnegación sin límites.

En el ámbito médico – hospitalario, la enfermería sólo se considera como labor dependiente de la labor médica, el médico es el que determina y ordena los tratamientos o actividades, la enfermera debe realizar, cumplir, colaborar y aceptar que son los médicos quienes darán el contenido profesional a la aplicación de los cuidados.

Con el avance de la medicina y la tecnología se permite dar tratamiento a las enfermedades, la concepción de cuidados que hasta entonces se centraba en el enfermo y su entorno social cambia, para tener en cuenta la enfermedad. El médico reconoce la necesidad de delegar actividades que él realizaba a los pacientes, entre otras la toma de signos vitales, muestras para laboratorios. Se identifica entonces la labor de enfermera como “auxiliar del médico”, en todas las actividades de cuidado y apoyo a los tratamientos médicos.

Se deduce entonces, que la profesión de enfermería basó sus raíces en dos fuentes generadoras que interactuaron y le asignaron su valor social: la filiación conventual, de origen religioso, y la filiación médica, derivada de la labor médica, que marcaron de manera especial la labor de enfermería desde fines del siglo XIX hasta finales del siglo XX, además se considero que la misión de la enfermera proviene del orden moral, por toda la concepción religiosa asignada al desempeño y del orden técnico por las características que asumió en su aprendizaje para responder a la atención derivada de la orden médica.

El valor económico de la enfermería, relacionado con las filiaciones conventual y médica continúa siendo de carácter gratuito, generalmente retribuido con especias hasta la llegada de la segunda guerra mundial, la enfermera recibía sus uniformes, comida y habitación dentro de los mismos servicios. Años más tarde se establecieron hogares de enfermería pero como retribución debía además hacer turnos nocturnos de vigilancia.

La legislación laboral se estableció gradualmente durante más de un siglo, a partir de la aceptación del trabajo de la mujer en 1892, en cuanto a asignación mensual, contrato laboral, horas de trabajo, descansos, vacaciones, hasta finales de siglo XX, donde aún se cuestiona el carácter del desempeño de enfermería, su pertinencia y donde además se restringen los derechos ya adquiridos por la crisis económica generada en los últimos años.

Respecto a la valoración social del servicio de enfermería en relación con la labor médica, se evidencia la devaluación heredada desde el inicio del ejercicio de la profesión y más aún con la dependencia del quehacer médico, ya que a partir de entonces su desempeño fue subestimado y limitado por la labor del médico y de las mismas instituciones formadoras del personal de enfermería.

Así, mismo con el desempeño de enfermería, su continuidad y cercanía al sentir propio del enfermo, la identificación de sus necesidades y problemas de salud, hace posible la orientación de las conductas para tratamientos médicos, lo cual hace contribuye a enaltecer la labor del médico y pasar a un segundo plano la labor de enfermería.

En cuanto a la valoración económica, ocurre algo similar, la función médica se ha sobre valorado (plusvalía), se concede a la labor médica el poder de curación o restablecimiento del estado de salud, aunque en realidad su actuar se fundamente en la acción de enfermería: la observación, los cuidados, la identificación de necesidades, la administración de medicamentos y la educación entre otras.

En cuanto al proceso histórico derivado del modelo Nightingale y Fenwick, que luchan por ganar posición y status a partir de la formación técnica y sistematizada hacia la profesionalización de enfermería, se evidencia que su labor se distancia en cierta forma de sus bases fundamentales del cuidado de la salud, al establecer y asumir el ejercicio de la administración, dirección, supervisión del personal de enfermería, lo cual dio lugar a delegar actividades al personal auxiliar de enfermería, que a la vez pasa a ser el personal auxiliar de la actividad médica en los diferentes servicios de atención en salud.

En cuanto al avance de la enfermería como ciencia del conocimiento se evidencian avances investigativos realizados por dignas representantes de la profesión, que hacen notoria su actividad a escala mundial.

Para concluir, al considerar el pasado de la práctica de enfermería con respecto a la práctica actual socialmente sigue siendo subvalorada, porque no se han establecido los estándares que definan el valor de las innumerables actividades que se asumen para el desempeño, tanto en las funciones administrativas, así como las funciones y responsabilidades en los servicios del área clínica, ambulatoria y/ ó comunitaria, como también las de índole particular. Se presta importancia a aspectos más del orden representativo, pero sin el valor económico que en realidad puede representar, quizá por falta de la apropiación de una específica identidad profesional a través de los años.
REFRENCIAS BIBLIOGRAFÍCAS

1. Collière M. F. Promover la vida: de la práctica de las mujeres cuidadoras a los cuidados de enfermería. McGraw Hill- Interamericana, Madrid, 1997; p. 1-87.
2. Castrillón M. C. El proyecto Nightingale. La dimensión social de la práctica de enfermería. Medellín: Universidad de Antioquía. 1997: 1-18.
3. Donahue P. Historia de la Enfermería: Barcelona; Doyma, 1985.

4. Focault M. Micrifísica do poder. 2ª edición. Rio de Janeiro: Graal; 1982.

5. Graaf K., Mossman C. y Slebodnik M. Florence Nightingale. Enfermería Moderna. En: Marriner A. Modelos y Teorías de Enfermería. Barcelona: Ed. Rol. 1.989; p. 53 -66.
6. Griffon, D. P. Construyendo el edificio: Ethel Fenwick y el registro Estatal. En: Nursing History Review, Vol. 3. Trad. L. M. Argüello y C. Munar, 1.995.

7. Norma Técnica Colombiana. Tesis y otros Trabajos de Grado. Instituto Colombiano de Normas Técnicas y Certificación. ICONTEC. Bogotá, 2002.

8. Velandia A. L. Herencias recibidas por tradición. Historia de la enfermería en Colombia. Bogotá: Universidad Nacional, Bogotá, 1995; p. 19-48.

[1] maiia: palabra griega para mencionar a la comadrona, hace referencia a la diosa de la fecundidad, de la energía vital: Diosa Maiia,
[2] Colliere, Marie Francoise. Promover la vida. De la práctica de las mujeres cuidadoras a los cuidados de enfrmería. Cap. 3, pág. 35


[3] Focault M. Micrifísica do poder. 2ª edición. Rio de Janeiro: graal; 1982.
[4] Donahue MP. Historia de la enfermería. España , ediciones Doyma, 1995.
[5] Vida religiosa diferente a la inspirada en las leyes monásticas, establecida por Vicente de Paul para su congregación 1633.
[6] Colliere MF. Promover la vida: de la práctica de las mujeres cuidadoras a los cuidados de enfermería. España, Interamericana, Mc Graw Hill. 1993.


[7] Término que se traduce como hermana, no necesariamente religiosa.
[8] Remuneración creada en el proyecto de F. Nightingale para la formación educativa de enfermeras.

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